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jueves, 20 de enero de 2011

Cuatro letras: Milo.

Era el rey de la casa pero siempre iba detrás de los demás. Podría pasarme horas y horas haciéndole cosquillas y que él luego me diera con la pata para pedirme más y más. Unos días antes, debatíamos sobre su nombre... yo era muy pequeña, y recuerdo que tenía una mochila de Mickey Mouse de la que estaba enamorada, iba y venía por la casa con ella a cuestas, aunque no llevase nada encima... No recuerdo qué nombre querían ponerle mis padres, o mis hermanos, pero yo lo tenía claro: quería que se llamase Mickey. Pero no coló. Su nombre siguió empezando por la "M" pero fue Milo. Lo siguiente lo recuerdo algo borroso, no sé si eran las horas siguientes o los días de después, pero veo montones de escenas que me hablan de él; de la bola de pelo marrón que luego creció y cuidó de mí cuando lloraba a escondidas. De cuando no podía subir al sofá porque no llegaba o de esas horas dándole leche... Las puertas de mi casa están pintadas con sus arañazos y si te quedas quieto y en silencio, puedes escuchar el eco de sus ladridos. Era celoso, cariñoso, alegre, juguetón, educado, tranquilo (parece que describo a una persona, pero en este caso, de veras lo parecía) y un poco miedica. ¡Le daban miedo los fuegos artificiales! Se intentaba esconder bajo la mesa y hasta arañaba la pared queriéndose meter dentro. Sufría por él, como él había hecho muchas veces por mí. A veces, creo que me entendía cuando le hablaba. Los días siguientes aún seguía creyendo que le podría dar lo que me pudiese sobrar de la comida. Seguía pensando que tenía que tener cuidado con la comida (dejarla a su alcance era una terrible señal, créeme). Aún escondía los paños y calcetines, creyendo que todavía podía robarlos para jugar. Me agachaba para coger el plato del agua y cambiársela, hasta darme cuenta que ese hueco está ya vacío. Si esto fuese una carta, las palabras estarían emborronadas. No quiero seguir con esto, prefiero quedarme con los momentos bonitos que he descrito a pensar en los malos.

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