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sábado, 4 de junio de 2011

Lágrimas de sangre.


La muerte, como la vida, no es más que un paso en el eterno trascurso del tiempo...

No puedo decir esto sin que mis ojos se llenen de lágrimas, sin que mi respiración esté entrecortada o sin intentar ahogarme con mi propia saliva. Ha muerto. Sus ojos se apagaron, su cuerpo dijo adiós. Aquella sonrisa, que tantas habitaciones había llenado de luz, se esfumó. Era un títere cuyos hilos de vida cortó la muerte. El eco de su risa retumbaba en mi cabeza; me enloquecía. Mis lágrimas sabían a melancolía, rabia, anhelo y desesperación. Se podía respirar el dolor que sentía aún a kilómetros de distancia.

Con su muerte, acabó mi vida tal y como yo la conocía.

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