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jueves, 14 de abril de 2011

Pensé decirle que la vida era su boca.

- Tenemos que hablar.

Ésa es la frase detonante, la que lo dice todo, la que lo deja todo atrás, la que barre el pasado. Es así, ¿no?

- ¿Qué pasa? ¿Hay algún problema?

- Pues... esto, yo... es que, no sé, yo no-no quería que esto...

- Dilo.

- Que no sé si te quiero o si te odio.

Y por unos segundos que parecieron años, el silencio se hizo incómodo. Los dos callaron y bajaron la mirada. Uno de ellos atónito, incrédulo, roto.

- ¿Qué? Pe-pero... ¿Cómo no vas a saberlo? ¡Esas cosas se saben! Pensaba que... bueno, yo..., ¡Estas cosas no se sueltan así y uno se queda callado!

- Porque me duele la forma en que me quieres. Y a veces no sé si es peor el remedio o la enfermedad.

Y se fue. Sin decir más. Sin hablar menos en un silencio incómodo. En un segundo el viento removió la arena, en las que quedaron grabadas sólo por un momento sus pisadas, ahora ya lejanas. Una lágrima a susurros, un grito ahogado, un corazón apagado. Sus ojos hablaban por sí solos y se leía la rabia contenida en sus pupilas. Golpeó al árbol, al aire, incrédulo de dolor. Arañó un árbol y desnudó sus ramas. Se sentó, se levantó, pataleó, grito, chilló. Suspiró. Me duele la forma en la que no me quieres.


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